Aun cuando siempre provocativas, por primera vez, comí una empanada venezolana con carne mechada. A diario, Ana Lucía P., de 36 años, de Puerto la Cruz, del estado venezolano de Anzoátegui, prepara artesanalmente cincuenta de ellas en su casa. Desde el 25 de octubre de 2018, ella vive en el sector de San José de Morán, al norte de Quito, ciudad donde reside desde que llegó al Ecuador.
“¿Necesitas buscar un refugio?”, pregunta Ana Lucía a un hombre venezolano de cuarenta y tantos años, quien parece recién llegado y bastante desolado. A la vez, ella comenta que “en el sur hay uno”, mientras sigue ofertando su producto. Todos los días canta “empanadas a la orden”, en las afueras del edificio donde se encuentra la Cancillería de Venezuela en Quito.
Un comerciante ambulante de cigarrillos, también venezolano, se junta a la conversación y señala que “por San Roque” hay otro lugar de acogida. Aunque no conoce la dirección exacta ni cómo se llama el albergue que refiere, no escatima en proporcionar información al migrante preocupado: “No sé donde queda. Sé que queda después de los túneles”. Se trata del albergue San Juan de Dios. Corroboramos y especificamos la ubicación. El comerciante agrega: “la primera semana es gratis. La segunda semana tienes que pagar $1,50".
Ana Lucía: ¿Subiste a la embajada?
Él: "Sí. Ya subí".
Ana Lucía: ¿Te orientaron de algún refugio?
Él: “No. Nada más sobre el trámite al que vine. [… ] A mí me robaron el pasaporte; me robaron todo. Entonces, vine a anular el pasaporte y mañana meto la solicitud de visa. Pero necesito saber dónde me voy a quedar. Tengo que ponerme a vender fundas, para […]”.
Desde Venezuela, miles de caminantes migrantes llegan a la ciudad, cualquiera sea esta; así también, miles se van de ella. Aquí o allá el anhelo es llegar a un lugar donde sentirse acogida, aunque sea efímeramente. ¿A dónde llegar cuando se va?, ¿dónde estar para continuar el caminar? Incertidumbres. Incluso sabiendo el país de destino y aun contando con alguien que espera su llegar.
Ana Lucía tuvo la fortuna de llegar en transporte terrestre. Permaneció dos días en casa de su mejor amiga y toda su familia. Inmediatamente, se instaló en un departamento en el mismo edificio. “Siempre he vivido en la misma zona y de ahí no me mudo”. Ella es vecina de su amiga y su familia. Vive con su pareja en un departamento y alquila una habitación a una pareja venezolana. En otro departamento, también vive otra familia de Venezuela. “Somos cuatro familias venezolanas en total, en el edificio”, manifiesta.
Una de las características del éxodo migratorio pedestre venezolano –cualquiera sea el destino– es la agrupación social itinerante. Primer lugar-hogar: el grupo social que con cada paso se integra y se desintegra y posibilita acompañarse tanto en un lugar fijo como en el mismo camino y caminando. Especialmente, si van solas; pronto, la empatía, el hacer cola,[1] la seguridad y la solidaridad, por ejemplo, las junta.
Las comunidades caminantes que en camino se forman son orgánicas y vivas, se hacen y deshacen, según las necesidades e intereses personales. Por ello, duran lo que las imprevisibles circunstancias del camino determinan. Hay quienes prefieren hacer grupos en ciertos momentos y desligarse de ellos en otros, ya sea por cuestiones de estrategia y/o porque no todo depende de ellas.
Gonzalo C, de 33 años, llegó desde la localidad venezolana de Sabaneta, estado de Barinas, hasta Tulcán hace cuatro meses, después de veintitrés días, “la mayoría caminando”. Él y su esposa decidieron andar solas, “porque sé que la maldad existe y andábamos con la niña y uno no sabe con qué tipo de persona se podía encontrar en el camino. Y entonces preferíanos [sic] andar solamente nosotros tres. En algunas ocasiones encontrábamos grupos familiares también y se nos unían a nosotros y caminábanos [sic] por largo período de tiempo, pero al final siempre ellos se retiraban o nosotros nos retirábamos. Y seguíamos solos”.
El tiempoespacio de estar en relación social ya sea voluntario o circunstancial es la opción de común-unidad tanto en el trayecto finalizado, es decir, en residencia, como en pleno movimiento o en paso. Las otras personas son el primer lugar de acogida: un refugio, aunque sea mínimo y fugaz. Y para esto, es necesario confiar. Lugar-hogar que dura mientras la movilización humana en progreso y a pie transcurre, hasta encontrar un nuevo puerto. Las caminantes esperan anclarse indefinidamente a tierra firme, generalmente, hasta retornar a la amada Venezuela.
[1] Dicho popular venezolano que refiere al acto de pedir traslado gratuito a los vehículos que transitan las carreteras.
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