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De retorno a Venezuela

Actualizado: 10 ene 2020



Agudos picos de montañas, el sol, las nubes, un par de flores, un árbol, una mariposa, cuatro cascadas o, tal vez, ríos verticales, muchos peces, una casa, dos juegos infantiles y dos corazones conforman el colorido dibujo-mapa de Dulce María (7 años).


Hasta el presente tiempoespacio, ella ha sido la única conversadora-cocreadora que pintó referencias de la trayectoria caminada. Representación gráfica entendida e interpretada desde el campo expandido, y que da cuenta de un mapa mental que sobrepasó el momento específico de este encuentro. Quizás, a uno anterior o uno que, a lo mejor, Dulce María espera.


No siempre las conversadoras-cocreadoras están predispuestas a hablar, ni escuchar. Y, para ser sinceras, nosotras preferimos escuchar más que hablar. Por otra parte, las condiciones del ambiente no siempre suelen ser adecuadas, como en esta ocasión; por lo que de la siguiente historia caminante lo que queda, además de la experiencia vivida, es un audio de 36 sg., una serie fotográfica captada por nosotras, una serie fotográfica captada por la dulce niña y el dibujo-mapa referenciado en un inicio.


Después de caminar con María C., Francis G., Christopher y Mariangel Y. hasta el refugio en Ipiales, cerca al Puente Internacional Rumichaca, llegó el momento de la despedida.[1] Ni tan pronto iniciamos el caminar deshaciendo los pasos de regreso al lugar-hogar temporal en Ipiales, en el camino, encontramos a Dulce María y Kelly (25 años), su madre.


Desde Chiclayo, Perú, madre e hija avanzaban a pie y pidiendo aventón. La necesidad era llegar a Cúcuta, Colombia, donde Dulce María sería entregada al cuidado de su abuela materna, con quien viviría desde entonces en la localidad venezolana de Trujillo. Mientras, su madre regresaría a la mencionada ciudad peruana, a seguir trabajando. Hacerlo con su niña cerca es más duro y complicado que sin ella.


En la "Y", esperaban haciendo cola,[2] junto a una gran maleta con ruedas y un costal. Ofrecimos ayudarles a cargar parte del equipaje para que avanzaran un poco más en el camino. Aun cuando el plan era irse lo más pronto, súbitamente este cambió: encontrar un sitio donde guarecerse del frío, pues, al parecer, dormirían a la intemperie una noche más.


Mientras caminábamos por la autopista que rodea Ipiales, una motocicleta detuvo la marcha. El conductor se dirigió a Kelly, quien venía rezagada en el grupo caminante. También nos detuvimos y al apreciar que se trataba de una conversación más que una consulta, nos acercamos para averiguar. No alcanzamos a llegar, pues al vernos, el motorizado arrancó. No preguntamos sobre lo sucedido, ni ella tampoco dijo nada al respecto.


Seguimos caminando cuando el conductor de un camión al que hicimos la seña de pedir aventón con el dedo pulgar extendido, respondió haciéndonos la mala seña;[3] es decir, extendiendo el dedo del medio. Cuesta arriba, el camino parecía no tener fin. El lenguaje corporal de Dulce María manifestaba cansancio. Poco a poco se sumaba el fastidio y comentaba constantemente ya no querer caminar más. También empezó a pedir comida; tenía hambre. Paramos y nos sentamos en una área verde a la orilla del camino. Un mirador natural ofrendaba un paisaje andino ecuatoriano.


A escasos metros de una pequeña construcción de dos ambientes, una joven mujer, también venezolana, saludo a las caminantes. Kelly preguntó si tenía algo de comer para Dulce, y, al rato, la mujer sirvió un plato de arroz con caraota.[4] Entre madre e hija, devoraron el alimento; tan contundente resultó que la niña ya no quería comer más. A regañadientes, terminó. Además, la benefactora brindó una bebida de avena, coco y agua dulce.


Con ánimo renovado, Dulce María pidió la cámara de fotos con la que registramos el proyecto. Dándole unas básicas indicaciones para hacer fotos, se puso manos a la obra. Las imágenes captadas indican que tiene buen ojo, mucha sensibilidad para capturar y fijar imágenes. La pequeña jugó a ser fotógrafa por varios minutos, hasta que su madre ordenó seguir con la marcha.


Ni bien reiniciado el recorrido, un joven venezolano pasó junto a nosotras, saludó, cruzó un poco de información sobre sus planes con Kelly y, sin detenerse, siguió en solitario hacia Venezuela. Después de un par de kilómetros o, tal vez, más, encontramos a una familia de caminantes. También regresaba a Venezuela. Dos hombres, tres mujeres y cuatro niñas conformaban el grupo. Kelly decidió parar y sentarse junto a ellas. Cruzaron algunas palabras y juntas siguieron haciendo cola.


El mapa mental de Dulce María no representa, probablemente, el recorrido realizado. No le apetecía dibujar nada literal al respecto. Intuimos que más bien se trata de un paisaje idealizado, de aquellos bien aprendidos en la época escolar. En su caso, seguramente, aprehendido cuando iba a la escuela, ya que el tiempo que vivió en el Perú -más de un año- dejó de estudiar. Su ilusión era regresar a los estudios.


Una de las cosas que más destaca del mapa son los colores de la casa; es una casa-arco iris. Imaginamos que Dulce María aprovechó este encuentro para hacer lo que en la vida caminante difícilmente se hace: dibujar y pintar. Se llevó consigo una hoja y un lápiz de color.



[1] Revisar la séptima crónica: Ante todo la sonrisa.

[2] Dicho popular venezolano que refiere al acto de pedir traslado gratuito a los vehículos que transitan las carreteras.

[3] El dedo del medio extendido representa el falo.

[4] Fréjol negro guisado, similar a la menestra ecuatoriana.

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