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Entre la xenofobia y la aporofobia, experiencias que quedan

Actualizado: 26 dic 2019

Antonio José P. (47 años) llegó a Bogotá de Barquisimeto, capital del estado venezolano Lara, por una propuesta hecha que terminó siendo una promesa deshecha. Un amigo le propuso ir, porque el trabajo era abundante y él se encargaría de recibirle, acogerle y tenderle la mano mientras, efectivamente, acceda a uno. “Cuando llegué acá, nada que ver. Los mensajes ni me los respondió. Creo que hasta cambió de teléfono”.


Hasta ahora, todas las conversadoras-cocreadoras que permitieron conocer la historia de sus pasos en la migración venezolana tomaron la ruta más frecuente: el Puente Internacional Simón Bolívar, punto fronterizo entre San Antonio del Táchira (Venezuela) y Cúcuta (Colombia). Sin embargo, existen otros importantes puntos fronterizos como Guasdualito, ubicado entre el estado venezolano Apure y el departamento colombiano Arauca. Y es justamente por aquí que Antonio José inició el desplazamiento migratorio.


Él pagó canoa para pasar el río hacia el departamento colombiano Arauca. Allí hizo cola[1] hasta la localidad de Tame, junto a tres personas con quienes caminaba. Anduvo 13 km. hasta Yopal, en el departamento Casanaré, y de allí 23 km. hasta que, nuevamente, logró desplazarse en vehículo hacia Sogamoso, ubicado en el departamento de Boyacá.


En la finca de un hombre llamado Aldemaro V. trabajó tres meses, dando mantenimiento al lugar a cambio de un salario de 500.000 pesos colombianos, además de la estadía y la alimentación. Una vez logrado el cometido, le despidieron con 50.000 pesos ($16,00 dólares, aproximadamente). Quien lo contrató es dueño de un mirador turístico a las orillas del lago Tota; su esposa trabaja en la Fiscalía General de la Nación; y su hijo es un capitán del Ejército Nacional de Colombia.


Antonio José dirigió a Bogotá en transporte. Para trabajar en esta ciudad necesitaba el PEP (Permiso Especial de Permanencia) y su documento de identificación. Hasta el día de nuestro encuentro, todavía no conseguía ese documento y, por tanto, tampoco una fuente laboral. Para entonces, también llevaba veintidós días habitando la calle, junto a Misael P., Brayan G., otro joven apodado “el colombiano” y otro muchacho más del que no supimos ni su nombre ni apodo. Tres de los cuales también eran migrantes venezolanos y uno un adulto mayor. Las tres comidas básicas eran satisfechas de lunes a sábado en un refugio dedicado a beneficiar, justamente, a habitantes de calle.


Uno de los constantes relatos de las migrantes venezolanas pedestres es el maltrato y la humillación, que de alguna manera y en diferentes escalas han recibido y reciben por parte de algunas personas oriundas de las ciudades a las que migran. Manifestaciones consideradas, usualmente, como actos exclusivos de xenofobia,[2] también deberían tratarse como actos de aporofobia; pues, al parecer la condición de empobrecidos pesa más que la condición de extranjeros.[3] Las caminantes migrantes se asocian directa e instantáneamente a una práctica y recurso relacionado a la pobreza.


Sin embargo, Antonio José comenta que “en lo personal, nadie me ha humillado; porque no voy a decir mentiras, de que me han humillado. He visto humillaciones a los demás, pero como digo yo, cada quien se gana lo que siembra”. No obstante, acota: “y si tengo… ¿cómo le digo?… un poquito de resentimiento por lo que he visto de la gente de acá, cómo tratan a los demás. Pero, como yo digo, cada quien labra su propio camino”.


Antonio José cuenta que las monjas que asisten con la alimentación en el refugio “están pensando la cuestión del paro del 21, que parece que se pueden agarrar con nosotros, los venezolanos, o también con los colombianos, porque hay muchos en situación de calle. Y ellas dicen que no vaya a haber una ‘limpieza’. Una limpieza aquí es que a uno lo agarren y lo maten. Lo desaparezcan, pue’. Por eso, ellas dicen que nos vayamos, como sea, el jueves para allá. Ellas quieren que no andemos peligrando”.


Esto, en relación al Paro Nacional de Colombia celebrado el pasado 21 de noviembre, debido a que incluso algunos miembros de la misma Policía Nacional suelen maltratar a las ciudadanas migrantes-caminantes venezolanas, cada tanto. La mañana del día de la conversación con Antonio José, presenciamos cómo obligaron a una familia entera de diez personas migrantes, aproximadamente, a desalojar un espacio público, donde esperaban sentadas en mobiliario diseñado y dispuesto para el efecto.


También Brayan G. contó que hace algunos días hicieron batidas junto al ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar),[4] según anunciaron, para proteger a las menores que habitan las calles, aun cuando están juntas a su familia. Asimismo, una mujer, también venezolana, que al paso fue presentada por Misael, para que ella misma nos cuente, afirmó que días atrás, ella y su familia fueron agredidas físicamente mientras reciclaban -oficio al que se dedican-; tan solo por exigir a dos miembros de la Policía Nacional de Colombia buen trato y respeto a sus derechos, aun cuando no cuentan con documentación y tienen un estatus migratorio irregular.


Antonio José, una vez más, recuerda a Aldemaro V., calla y seguido comenta “... el señor me estafó... ese señor me humilló, porque me dijo ‘¿qué va a hacer?’, como si yo me le iba a poner bravo, o a pelear con ellos. Yo le dije, no patrón. Yo no vine ni a ganarme enemigos ni a pelearme en un país que no conozco, le dije. Pero esas son experiencias que a uno le queda”.



[1] Dicho popular venezolano que refiere al acto de pedir traslado gratuito a los vehículos que transitan por las carreteras.

[2] Rechazo a la persona extranjera.

[3] Rechazo a la persona empobrecida.

[4] “Entidad vinculada al Departamento Administrativo para la Prosperidad Social (Colombia), establecida en 1968, en respuesta a problemáticas que afectan a la sociedad colombiana, como lo son la falta de nutrición, la división e inestabilidad del núcleo familiar, la pérdida de valores y la niñez desvalida” (Wikipedia 2019).


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