Caminando por el Puente Internacional Simón Bolívar, llegamos a San Antonio de Táchira, en Venezuela. Recorrimos la zona durante todo el día, y nos dirigimos a la terminal terrestre, el punto geográfico donde, a la fecha, miles de personas han iniciado la migración venezolana de a pie y en cola.[1] También aquí, a diario llegan “excursionistas”[2] desde diferentes estados de Venezuela, para ir de compras a Cúcuta (Colombia). Así, como tantas otras llegan de retorno, después de haber migrado al sur, hacia los otros países andinos.
Descansando y acampando del sol, bajo la sombra de un árbol, vimos el ágil pasar de una joven pareja, a contracorriente de la masa de gente. Parecían migrantes de a pie retornadas. Su apariencia así lo sugería. Seguimos sus rápidos pasos hasta darles alcance. Frangelys D. (19 años) y Juan José M. (18 años), efectivamente, eran migrantes retornadas. Esta fue la primera vez que caminamos y conversamos con un grupo de migrantes que salieron juntas y regresaban juntas.
Aproximadamente, hace cinco meses, se fueron de Venezuela con varios vecinos del barrio; pero el “lento” caminar de Frangelys causó malestar en algunos de ellos, al punto que sus amigos pasaron de largo hacia Bucaramanga en lugar de reencontrarse con ellas en donde previamente acordaron, después de que una señora llevara en su vehículo a Juan José y Frangelys hasta más adelante en el camino. Desde entonces, caminaron solas.
Llegaron a Lima, en Perú, en más menos un mes y medio. Avanzaron hasta Santiago, en Chile, después que fueran echadas de la casa de la jefa del hermano de Juan José. Regresaban también a pie y en aventón, pero esta vez el desplazamiento tomó menos días. Para entonces, estaban enrumbados dieciocho días y ya en territorio venezolano.
Juan José comenta que el regreso, aun cuando más corto, también fue más duro que la ida. “La gente no nos quería dar aventón por el aspecto que nosotros teníanos [sic]. La gente también pensaba que éramos hinchas”.[3] En Ipiales (Colombia), en una ocasión, encontramos dos jóvenes, que según las personas venezolanas con las que en el momento conversábamos, eran hinchas. En Bogotá, volvimos a ver a uno de ellos. Así, el contacto que tuvimos con estas personas fue mínimo, como para entender exáctamente el comentario emitido.
Sin embargo, nos atrevemos a deducir que aquello refería, principalmente, a la apariencia en el camino. En este sentido, específicamente, a el color de la piel, la vestimenta y el descuido personal. El color de la piel de Juan José era cobrizo intenso, mientras, el de Frangelys, de tono natural mucho más oscuro, también estaba intensamente bronceado.
El bronceado profundo da cuenta de la permanente y prolongada exposición directa al sol, por lo que durante el trayecto, lo primero que indicaba que alguna persona caminante era migrante fue precisamente la tonalidad de la piel: el color de la migración pedestre es de tono oscuro.
Al color de la piel se suma la ropa sencilla, sucia y con olor a sudor concentrado que, generalmente, visten, y que también determina y encasilla a la migrante que camina. Es que las condiciones migratorias de quien transita a pie y haciendo aventón establecen que las migrantes lleven poca ropa, duerman directamente en el piso, no se bañen frecuentemente, y manchen constantemente en vehículos sucios al hacer cola.
Varias de las personas con las que hemos conversado, incluso, han preferido deshacerse de ropa extremadamente sucia, por lo complejo que resulta lavarla en plena movilidad. Así también, bañarse, pues no siempre las gasolineras prestan las duchas -cuando cuentan con esta infraestructura-, tampoco encuentran fuentes acuosas como ríos, para asearse con la frecuencia que quisieran.
A estos factores, además, se suma el cansancio que juega en contra no solo de la apariencia, sino del funcionamiento cognitivo y fisiológico adecuado del cuerpo. Caminar jornadas enteras, a la vez que tratan de conseguir vehículos que los acerquen hacia algún lugar, expuestos al ambiente todo el tiempo, es pan de cada día.
La falta de descanso es la principal causa para el cansancio, pues no duermen profundamente, ni las horas necesarias por habitar la calle. Además, las jornadas inician antes de que el día aclare, para evitar el sol del mediodía, en especial. “Dormíamos en la calle, todo adolorido. Por lo menos, ella tiene moretones, yo también tengo por aquí. Nos cuesta dormir. Tenemos que pararnos a las cinco de la mañana. A veces, hemos tenido que dormir en los trailers”.
Así, el color de la piel, la vestimenta y la expresión de un cuerpo cansado, adolorido, descuidado, desencajado y sin bañar son particularidades que caracterizan al cuerpo caminante, el cual indudable y físicamente se asemeja a la típica apariencia de la habitante de calle, aun cuando en ella, las migrantes de a pie solamente habitan lo que dura el desplazamiento.
[1] Dicho popular venezolano que refiere al acto de pedir traslado gratuito a los vehículos que transitan las carreteras.
[2] Revisar la décimo tercera crónica: Sobre el comercio, buscándose la vida.
[3] Según la mayoría de las personas migrantes pedestres venezolanas con las que hemos conversado, los hinchas son grupos de jóvenes colombianos pertenecientes a determinados clubes de fútbol que en nombre de aquello agreden y violentan físicamente a quienes pertenecen o apoyan a un equipo contrario al suyo. Son organizaciones conformadas de entre 8 y 20 personas, aproximadamente, que, además, asaltan a las emigrantes venezolanas que hacen cola, al abordar los vehículos en pleno movimiento en zonas indistintas de las carreteras.
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