Pasamos junto a otra institución de apoyo a la migrante y pedimos ingresar para conversar con alguna persona caminante; sin embargo, no fue posible, pues debíamos solicitarlo en la matriz ubicada en Quito. Riendo continuamos caminando, no sin antes percatarnos de la presencia de un joven caminante en el lugar. La caracterización física de quien hace vida caminando es inconfundible.
En el trayecto, encontramos a dos conocidas de Reggy B., otro conversador venezolano con quien compartimos dos días en Tulcán, junto a Yanet, Rosalba, Aranza y Alexander, su madre, esposa, hija y padre, respectivamente. Mientras conversábamos, el caminante pasó junto con dos colegas. Habían llegando al país y el plan era seguir a pie, no parar, ni siquiera para conseguir dinero para comer o el transporte.
Alcanzamos al trío y nos acompañamos mutuamente hasta una trocha[1] al sur de la ciudad, ruta escogida para continuar el recorrido. Ender N. (21 años), reincidente en el camino, hace dos años, salió de Venezuela y llegó hasta el Perú. Regresó a casa este año, para nuevamente dejar su país, esta vez, por un año. Ender camina con destino a Quito (Ecuador) y se convirtió en el guia de Deiber P. (18 años) y Braulio T. (20 años), a quienes conoció en San Antonio (Venezuela). Ellos emigran por primera vez.
Quien camina, básicamente, lleva lo indispensable en la mochila: ropa, útiles de aseo y documentos personales. Cuando Braulio comentó que llevaba un perro, creímos que hablaba de un muñeco, tal vez, un recuerdo de su tierna hija. Pero, se trataba de una cachorra de dos meses, aproximadamente; viajaba holgada y cómodamente en el equipaje de su humano. Sacha era su nombre.
"A ella la traemos de Cúcuta. Alguien nos la regaló, porque habían varias. Los perritos estaban abandonados. Estaba flaquita. Nosotros medio la curamos, estaba enferma, tenía muchas pulgas". ¿Qué motivó a estos caminantes a adoptarla en medio del precario desplazamiento? Braulio llegará a la casa de un tío, también en Quito (Ecuador), con Sacha "y si no la quieren, me salgo yo de ahí", dice enfático.
A lo mejor, una posible respuesta está en las mismas palabras de Braulio. La ternura motivó percibir a Sacha como lo que era en el momento: un ser viviente, vulnerable e indefenso. En el camino, las migrantes venezolanas reciben lo que la solidaridad de algunas extrañas permite. Mientras otras aprovechan lo crítico y complejo de la coyuntura social actuales de la migración pedestre, más que menos una condición que es sinónimo de pobreza, para hacer de la solidaridad una fuente segura para conseguir algún tipo de recurso.
Y es que la ternura conmueve y Ender lo confirma: "Mucha gente nos ha ayudado por la perrita. Como que se les parte el corazón y nos ayudan. Gracias a ella también andamos por aquí, lejos. Es guerrera. Le vamos a llevar con nosotros a Venezuela, ¿cierto?". No obstante, hay quienes, como este grupo de chamos[2], prefieren seguir caminando antes que pedir colaboración a la gente. "Qué vamos a estar pidiendo, no. Todavía no hemos llegado a eso", comentó Ender.
Existen otras realidades generadas en nombre de la ternura que causan solidaridad, principalmente, cuando las caminantes se encuentran ya en residencia. Como también aquellas que se tornan en prácticas inquietantes de personas que acaparan la ayuda de las habitantes del lugar y de instituciones públicas y privadas. Aquellas que retacan[3] como oficio, con lo que cubren no sólo la comida, sino el hospedaje e incluso alcanza para otros menesteres. O aquellas que rezan discursos en el transporte público sin ofertar productos, y suelen hacerse acompañar de infantes; por poner un par de ejemplos.
Estos modos de operar son fuertemente criticados incluso por las mismas migrantes venezolanas que día a día luchan para asirse del pan. Ellas, aún en feroz oposición al régimen venezolano actual, confiesan que pusieron su cuota para que suceda la crisis. Una reflexión en ese sentido es la de Carolina (48 años), quien desde hace dos años y trabaja en la Casa de Acogida Juncal, la casa de Carmela Carcelén:[4]
"Muchas cosas en Venezuela pasaron y fue culpa de nosotros mismos, los venezolanos, porque nos acostumbramos. Muchos se acostumbraron a que todo se les dé. Me dan, me dan, pero no sabes de dónde sacan eso que me están dando. Mira a dónde llegamos ahorita".
También en el Juncal encontramos a la primera canina junto a dos parejas de caminantes, y otra más en Ipiales. Estas historias desconocemos en su totalidad. De la primera, sabemos tan solo su nombre: Chaquira. Podemos aventurarnos a imaginar que la ternura, o algo equivalente, parece ser no solo un asunto humano.
Difícil resulta establecer parámetros que determinen la ternura y la consecuente solidaridad, pero, una vez en acción, la medida es la que cada quien siente adecuada. Puede ser incondicional, si aprendemos de las caninas, pues, por algo se dice que la perra es la mejor amiga de la humana.
[1] Camino que no es el paso oficial, generalmente, utilizado por lugareños o, en este caso, por caminantes venezolanas indocumentadas.
[2] Dicho popular en Venezuela para referirse a la población jóven.
[3] Modismo. Pedir dinero a las transeúntes en las calles.
[4] Mujer afroesmeraldeña del Juncal, Valle del Chota, Ecuador, quien a pulso personal y familiar ha sacado adelante el proyecto de acogida que se podrá observar en el siguiente enlace: https://m.youtube.com/watch?v=W_wL01bjy-I
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