top of page
Buscar
  • Foto del escritorpaisajesmigrantesandinos

Madre, aseo y vestimenta

Actualizado: 12 ene 2020

Mientras conversábamos con Ronald A.,[1] en unas bancas de cemento en plena carretera, a la vez que descansábamos unos minutos después de tanto caminar, observamos a Yaudín Leonardo P. (30 años), otro de los caminantes, cambiarse de camiseta y zapatos; prolijamente lavarse sus dientes y el rostro; y, finalmente, peinarse frente a un pequeño espejo pedido a Ronald. Estaba listo para seguir caminando.


Yaudín, de Valencia, Estado venezolano de Carabobo, dejó su país para ayudar a su madre que estaba enferma. “Me llevé dos termos de café y unas chucherías,[2] para vender cuando llegara a mi destino, Bogotá”. Allí vivió en la calle 19, lugar que, según Yaudín, aloja gente de la “mala vida”. De allí, se mudó a Santa Fé, la zona de tolerancia del centro de la ciudad.


A los quince días de llegado, le robaron sus pertenencias y al no poder encontrar un trabajo que no sea dedicarse a la venta de droga -oferta que él recibió en varias ocasiones, pues: “Si no lo hacía en mi país, ¿voy a venir a hacerlo acá?. No puedo”-, no le quedó otra que habitar en la calle. No logró pagar el arriendo que era cobrado a diario; entonces, también decidió pedir colaboración a las transeúntes.


A la semana, otros habitantes de calle robaron la poca ropa que conservaba. Entonces, llegó a un refugio, y fue cuando decidió regresar a casa con su madre, a los dos meses de haberse ido. Según comenta, “Ya le agarré hasta miedo a las calles de Bogotá”.


Yaudín llegó a esta ciudad en bus y de allí se fue caminando. Cuando nos encontramos, llevaba seis días de viaje, entre caminar y hacer cola.[3] Una vez iniciado el retorno pedestre se fue a Briceño, en el departamento de Boyacá, pues alguien comentó que allá había trabajo. Aunque intentó encontrar otra alternativa laboral, no halló ni una oportunidad para trabajar. Así, prefirió seguir el camino de regreso a Venezuela.


En un peaje cerca de Briceño, Yaudín encontró a Ronald A. esperando para hacer cola, quien estaba con otros compañeros que habían llegado desde Perú. A Omar M. lo conoció después en Barbosa, ubicado en el departamento de Antioquia, caminando con un joven colombiano cerca de una planicie donde Yaudín, Ronald y sus colegas de camino preparaban sopa, a quienes invitaron a compartir la cena.


Tan solo Yaudín, Ronald y Omar integraban la común-unidad en el momento de nuestro encuentro. Su plan era llegar al centro poblado de Cúcuta, para trabajar en lo que sea y conseguir dinero, a fin de trasladarse en bus a sus respectivos hogares.


El aseo personal en el camino, en este caso, se resolvió aprovechando el agua de los ríos, pues los caminantes se bañaron y lavaron la ropa en ellos. El cepillado de dientes es más fácil de saciar, basta con conseguir un tanto de agua en peroles pequeños y lavarse al instante en el mismo camino.


Pero también hubo días en que no se prestaron las circunstancias, cuando solo se puede seguir caminando al no hallar habitantes en el recorrido, ni centros poblados. No poder bañarse frecuentemente se vuelve en una frustración. “Ya uno se siente incómodo, ya ahorita, donde estoy, ya me quiero duchar, porque desde antier no nos duchamos. Porque nos metimos en un río, hicimos una comida y salimos pa’ ca’”.


Después de los robos sufridos, no fue muy difícil hacerse de prendas, pues muchas personas suelen regalar ropa a las caminantes-migrantes en la ruta. Estas al ser de tallas grandes o pequeñas, o al no ser del agrado de quien las recibe, son intercambiadas por ropa a medida y más apegada al gusto personal. Es decir, la ropa regalada por gente solidaria pasó a ser la moneda de un sistema de intercambio, que también sirvió para conseguir comida.


También, muchas caminantes botan ropa en el camino, especialmente, en las zonas geográficas más altas. El peso se siente más en pleno tránsito y conforme más dura la marcha, sobre todo cuando de cuestas se trata. Así mismo, muchas migrantes-caminantes recogen la ropa botada, a la vez, que se deshacen de ropa sucia, vieja o que no gusta.


Yaudín, por más de un mes, no se comunicó con su madre; ni siquiera lo intentó el día que ella cumplió años: el 05 de noviembre. En un inicio, dijo que por falta de recursos económicos, para hacer una llamada. En realidad, no quería enfrentar a su madre. Él sentía que había fracasado al tratar de conseguir recursos económicos, para ayudarla y a su familia. Se sentía avergonzado: “Me da sentimiento. No sé. Me vine con un propósito, de ayudarle y voy a regresar otra vez sin nada, prácticamente”.


Después de que Ronald contactará a sus amigos que residen en Cúcuta, por medio de las redes sociles, y quedaran a la espera de que alguien los albergara aquella noche; Omar M. envió un mensaje por teléfono a su madre, avisando dónde estaba y que se encontraba bien. Al parece, esto motivó a Yaudín a contacta a su madre, pues así lo hizo.


[1] Revisar la décimo cuarta crónica: Cosas que nada más las vive quien camina

[2] Chucherías se dicen a cosas pequeñas e insignificantes.

[3] Dicho popular venezolano que refiere al acto de pedir traslado gratuito a los vehículos que transitan las carreteras.

29 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page