top of page
Buscar
  • Foto del escritorpaisajesmigrantesandinos

Movilización para asegurarse la movilización

Actualizado: 17 dic 2019


Llegamos al límite sur de Bogotá (Colombia). En la Estación Soacha del Sistema de Transporte Transmilenio, una mujer aguardaba sentada junto a una silla de ruedas y dos costales. Narosky C. (27 años) es su nombre. De Valencia, estado venezolano de Carabobo, se fue hace siete meses junto a su esposo e hija. Llegó hasta Guayaquil (Ecuador), pero "al ver que allá los venezolanos mejor se estaban yendo, y ya no teníamos nada que hacer por allá, seguimos caminando y nos vinimos para acá que estaba más cerca”.


Su esposo, Ronald S. (27 años), según cuenta Narosky, propuso salir de Venezuela hacia Colombia. A pesar de que tienen casa y no faltaba nada, la silla de ruedas, que desde hace 8 años a él le asiste y permite movilizarse, estaba deteriorada. Narosky recuerda y repite las palabras de su esposo: "La silla de ruedas son mis piernas. Esas son mis piernas con las que puedo caminar, salir a trabajar, hacer esto. Y ¿qué tal si nos vamos pa' Colombia? Aunque dicen que está fuerte. Vamos a ver. A lo mejor vendiendo dulces podemos comprar la silla”.


Narosky cargaba a su esposo y la silla cuando tomaban transporte, ya sea pagado o en cola;[1] llevaba la maleta en el desplazamiento, mientras Ronald se hacía cargo de autopropulsarse. Su niña, Kailosky (7 años), también cargaba su propia maleta.


Aun cuando su padre aconsejó que no se fueran, así lo hicieron. En este caso, otra razón para emigrar fueron las ganas de conocer y saber cómo eran otros países, especialmente, Colombia, el país del que es su familia paterna: el padre, de Bogotá; la abuela, de Pamplona; el abuelo de Cúcuta; las tías, de Bucaramanga. Todas emigraron a Venezuela hace ya varios años.


Narosky cuenta que, al instalarse en Bogotá, recorrió toda la ciudad de hotel en hotel y de cuarto rentero en cuarto rentero. El pago del alquiler, generalmente, era a diario. No obstante, en menos de dos semanas, compraron la silla y, recientemente, compraron otra más.


De Venezuela, salieron con una maleta. En el camino, vendieron las pertenencias que llevaban consigo y, con el dinero, tomaron bus para seguir movilizándose. Las sábanas fueron conservadas para disipar un tanto el frío. De regreso en Bogotá, las personas regalaron ropa y, poco a poco, conforme el trabajo de Ronald generaba réditos económicos -quien es el que mantiene a la familia-, compraron enseres como una televisión.


Sin embargo, no tener casa y estar de un lado a otro, nuevamente, propició vender y regalar las pertenencias. Además, según Narosky, en Venezuela tiene todo. El plan es regresar a casa, después de unos meses. "Mi familia dice que ya está bien, ya hay de todo. Lo único es que quieren dolarizar el país, que es puro dólar, que eso es lo que hay ahorita”. Actualmente, esta pareja está ahorrando dinero para comprar algunas cosas, que, una vez conseguidas, permitirán emprender el viaje de vuelta.


El retorno es inminente, pues su niña regresó a Venezuela con una tía paterna. Ella, en el mes de noviembre, en su paso desde el Perú, se la llevó consigo y, actualmente, se encuentra bajo el cuidado de la bisabuela y abuelo maternas. Narosky no se acostumbró a Bogotá, porque muchas personas son "groseras, falta de respeto, mucha droga, mucha cosa fea. Pa' uno tener un niño acá, no. Yo por eso mandé a mi hija, porque viene de un país donde no se ve nada de eso, ni prostitución en la calle, ni niños pidiendo en la calle, ni comiendo de la basura. Allá no se ve eso. Entonces, ella obviamente sorprendida, pue'".

Una vez llegó Roger, su cuñado, con su novia, para ayudarla a cargar el equipaje, juntas nos dirigimos hasta el sector de Santa Fe, al edificio de residencia donde pasarían un mes desde aquella noche. Un edificio en pleno centro de la ciudad que alberga solamente ciudadanas venezolanas. Allí dejaron las maletas y la silla, y salimos a caminar desde la calle 22 a la 15, la zona rosa y de tolerancia de Bogotá.


Narosky es crítica con varias venezolanas que distorsionan la verdad en dos sentidos. En primer lugar, dice, la gran mayoría de vecinas, amigas, conocidas y desconocidas que retornaron a Venezuela, antes de que ella emigre, echaban cuento. "Yo estaba, trabajaba en una panadería, en un autolavado, cuando es mentira". Según Narosky "el 99% es pura prostitución, las mujeres. Los otros se vienen a dar lástima. Y ya. No sé porqué tienen que mentir, pue'. Yo si le digo a mi papá: yo vendo bolsitas, por aquí".


Narosky comenta que hay muchas mujeres que se dedican a la prostitución "que incluso vienen con su esposo y sus hijos. Ellas se van a prostituir y el esposo cuida a los niños. Porque yo estaba en un hotel y la mayoría, la mayoría de mujeres eran prostitutas y estaban con los esposos. Y los esposos saben y ahí, con ellas".


En segundo lugar, muchas personas venezolanas aprovechan la coyuntura mediática de la crisis en Venezuela, para exagerar y mantener percepciones erradas respecto al país. "Hay gente que migra y vienen acá a decir que está malísimo. Todo eso es mentira. Que no alcanza el sueldo, eso sí es verdad, no alcanza. Pero uno como persona busca la manera de comprar dólares, para comprar su sustento, y vive bien".


"No es como pintan aquí muchos venezolanos que dicen: estamos pasando hambre, no tenemos nada, que el gobierno, que el presidente; eso es pura mentira". Según Narosky, algunas personas venezolanas que alteran la realidad de la crisis y exageran al describirla, tienen como fin conmover a quienes las escuchan, para conseguir dinero sin tener que trabajar.


[1] Dicho popular venezolano que refiere al acto de pedir traslado gratuito a los vehículos que transitan las carreteras.



39 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page