En San Antonio, antes de caminar con Juan José M. y Frangelys D.,[1] escuchamos a un adulto mayor oriundo de la ciudad, carretillero en la terminal terrestre, frontalmente hablar de la dinámica del lugar, en relación al comercio y la migración, principalmente. Compartió información que en parte confirma y complementa la escuchada a más de una de las conversadoras-cocreadoras en el camino.
Este cauto hombre prefirió que sus palabras no fueran grabadas y mantener el anonimato, así como Jhoneyker, Alexander y tantas otras personas en el trayecto, que no llegamos siquiera a conocer sus nombres, pues también eligieron esta opción, después de informar sobre el proyecto de creación artística “Paisajes migrantes andinos”, a fin de que la voluntaria conversación y convivencia sea registrada.
Algunas palabras de Frangelys resuenan especialmente, pues son las mismas de muchas de las migrantes retornadas con las que platicamos: “muchas personas han comentado ‘venecos[2] cobardes porque no luchan por su país’. A la final, es verdad. Somos cobardes, porque no luchamos por nuestro país. ¿Por qué tenemos que salir afuera para buscar? Uno tiene que luchar en su país. Guerrear con ellos, para sacarle en alto. Decir: uno luchó por Venezuela”. Parece que irse del país, para algunas caminantes-migrantes, contribuye a revalorar aquello que dejaron atrás.
Este es el caso de José Adrián T. (21 años): “Aprendí lo que es el valor de la casa, lo que es el valor familiar, [...] a administrar el dinero, [a] pensar en que ya uno, pues, tiene que tener otra visión de la vida”. Este joven de Puerto Cabello, estado venezolano de Carabobo, se fue en transporte hasta Bogotá, en el año 2017.
Nuestro encuentro se dió en la terminal terrestre de San Cristóbal, otra ciudad del estado de Táchira, mientras esperaba la hora para embarcarse en el bus que le llevaría a casa, junto a su novia y hermano, un menor de edad, quienes también migraron después de él. Este grupo también estaba integrado por una perrita.
José Adrían regresaba a Venezuela porque, aun cuando tiene el PEP (Permiso Especial de Permanencia) y el pasaporte -documentos que facultan a las migrantes venezolanas a trabajar en Colombia- perdió su trabajo y no consiguió otro. En principio, aspira a la reunificación con su familia y quedarse en el país. Tal vez, emprender algún negocio, pues afirma que hay gente que todavía tiene dinero y capacidad adquisitiva. No obstante, si fuera necesario, nuevamente migraría. “Si toca salir del país, otra vez, toca. No hay de otra. No hay vuelta atrás, como dicen”.
Del encuentro con Frangelys, también hace eco aquello que para sí misma fue lo más bonito de la experiencia: “Salir de Venezuela a conocer otros países. No salía de mi casa, y conocí tres, casi cuatro [países]”. A esto, se suma Juan José: “lo más lindo fue conocer otras costumbres”. Este sentir, también fue el de Gonzalo C. (33 años), de Sabaneta, estado venezolano de Barinas, con quien nos encontramos en Tulcán (Ecuador): “La experiencia más agradable fue conocer Colombia, paisajes, costumbres, ciudades únicas, partes frías, cafetales. [...] Esos son recuerdos y cosas que se viven solamente en nuestras caminatas”.
La conversación con Frangelys y Juan José concluyó abruptamente, cuando un hombre se acercó a nosotras, e interrumpió la charla. Aun cuando pedimos que se retirara, se mantuvo, por lo que dimos por terminado el encuentro. Según el desconocido, era “asesor turístico” y al saber que pluma y yo veníamos desde Colombia, ofreció insistentemente el servicio de guianza por trocha,[3] y hasta caminó de regreso con nosotras, para persuadirnos, durante buena parte del trayecto. Finalmente, se quedó en alguna parte del camino.
Las crudas referencias sobre la zona que el carretillero compartió, el extraño e intenso abordaje del asesor turístico, prejuicios previos fomentados por las mismas referencias de varias personas venezolanas encontradas en el camino, y la inquietante y tensa calma percibida en San Antonio, fueron razones que motivaron a regresar a Cúcuta a pasar la noche allá.
[1] Revisar la décima sexta crónica: La apariencia personal en la migración pedestre.
[2] Veneco. Forma, generalmente, despectiva con las que personas no venezolanas se refieren a las personas provenientes de Venezuela.
[3] Camino fronterizo que no es el paso oficial, generalmente, utilizado por lugareñas o, en este caso, por caminantes venezolanas indocumentadas.
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