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Pasando la vida en la fila de gasolina

Una vez iniciada la marcha desde Quito hacia Caracas, la idea abstracta: caminar al encuentro de motivos que provocan el efecto migratorio, especialmente, a pie y a cola,[1] poco a poco, aterrizó conforme avanzabamos a Venezuela, al origen de las causas de este proceso social regional contemporáneo.


Ya en la terminal terrestre de San Antonio, y más en la de San Cristóbal, en territorio llanero, no fue tarea sencilla identificar, entre miles de personas, a migrantes que allí inician la travesía. La dinámica de alto e intenso tráfico propia del lugar fue el principal obstáculo. En estas circunstancias, conversar con cualquier persona parecía la opción más acertada, pues, seguramente, serían familiares de migrantes.


Reconocer migrantes retornadas fue más sencillo, como aquel trío de mujeres a quien abordamos, según el modo hasta entonces practicado, para tratar de convivir algunas horas escuchando sus experiencias. Sin embargo, la matriarca del grupo se negó con rudeza y violencia verbal. No pudimos evitar preguntarnos, ¿dónde quedó la sonrisa que como persona venezolana -según las mismas venezolanas- la caracteriza? Tal vez, ¿nosotras fuimos chivas expiatorias[2] o sujetas del desquite de esta mujer, por desagradables experiencias y tratos recibidos cuando migrante? O quizás, fue solo una coincidencia.


En Colombia, conocimos al artista plástico Rafael S. (64 años) en la inauguración del Salón de Pintura “Día Nacional de Cúcuta”, en el Museo de la Memoria. De La Grita, capital del municipio de Jáuregui, en el estado venezolano de Táchira, su ciudad natal, él emigró hacia Caracas a estudiar en la Universidad Central de Venezuela, y una vez graduado, llegó a San Cristóbal hace ya varias décadas.


Su relación con la migración no solo se da desde la experiencia propia como migrante interno, sino también porque hace seis meses, su cuñada Alejandra T. se fue donde su familia ecuatoriana. Pronto, su hermano y sobrinos se reunificarán con ella en Ecuador. También tiene otra sobrina que vive en Europa y un sobrino en Guayaquil (Ecuador), hijas de otro de sus hermanos.


En San Cristóbal, Rafael nos invitó a vivir la cotidianidad del lugar, experimentando el abastecimiento de gasolina a su vehículo. Esto se realiza bajo el sistema “pico y placa”. Es decir, según las placas del vehículo, cada auto puede ser abastecido hasta dos veces a la semana y el tanque completamente llenado, conforme la capacidad del mismo.


Existen dos controles para evitar el contrabando de gasolina: uno, por medio de un chip electrónico colocado en el vehículo, que es leído por un dispositivo en cada estación de gasolina; y dos, un censo vehicular, exclusivo para el estado de Táchira, que obligará a cada conductora a colocar gasolina gratuita exclusivamente en el municipio dondevive.


El centro de la ciudad parece una ciudad fantasma, pues se aprecian locales comerciales cerrados en horas de la mañana. Según Rafael, por muchas razones, entre ellas por la migración y porque las propietarias de vehículos, al acudir al abastecimiento de la gasolina, se ven obligadas a interrumpir sus actividades productivas: comerciantes y consumidoras se encuentran en las filas de la gasolina, ya que “todo gira en torno al combustible, ahora”.


Un amigo de Rafael informó que en la estación de gasolina del barrio Obrero habían llegado dos gandolas de gasolina, 38.000 lts., aproximadamente. Hacia allá nos dirigimos e identificamos la fila entre autos estacionados y en tránsito, llegamos al final después de varios minutos, pues “los efectivos que controlan las colas siempre las desvían, no sé por qué extraña razón. Y las cambian de lugar”.


Sin embargo, una vez allí, esto no garantizaba que el vehículo fuera abastecido, tan solo era una probabilidad, por la cantidad de vehículos y lo limitado del abastecimiento. En los días que escasea la gasolina, las personas suelen hacer fila desde el día anterior. Rafael se pregunta: “¿En qué momento produce esa gente que va dos días a trabajar, y si se queda son cuatro días? O sea, son cuatro días a la semana, y la semana tiene dos días de fin de semana, que son la mitad de la semana. [...] Esto de que te regalen la gasolina es una cosa compleja”.


Rafael, hombre crítico del entorno donde vive, cuenta que en La Grita, de donde es oriundo, el abastecimiento de gasolina es una vez al mes. Allí viven, principalmente, de la producción de la tierra, por lo que la gente tiene varios vehículos de carga. “Es que la gasolina es lo que mueve todo. La máquina, en Venezuela. Entonces, la gasolina decidieron regalarla”. Este hidrocarburo es administrado y distribuido por el Estado.


Rafael explicó que dar dinero a cambio de la gasolina es excepcional, “Si yo no quiero dar ninguna moneda o ningún billete, pues no pago la gasolina. Yo lo voy a hacer para probarte que es cierto y no me van a decir nada”. Y así fue. “Estamos aquí en la cola, para que nos regalen 40 lts. de gasolina. Y no hay otra opción, no hay una empresa privada a la que yo vaya y la compre”.


No obstante, aunque hubiera la opción de comprar la gasolina a una empresa privada, en Venezuela no hay dinero que alcance para aquello. “Es una camisa de fuerza, un callejón sin salida”. Hoy por hoy, Venezuela compra la gasolina al extranjero, no la produce. ¿Qué pasaría si el Estado venezolano no pudiera comprar gasolina por los bloqueos a los que está sometido?


Hacer esta fila tomó tres horas y veinte minutos. En este espaciotiempo, Rafael, por ejemplo, prefiere leer o hacer caricaturas, otra fuente que todavía le representa ingresos económicos. Las personas leen, trabajan y conversan, mientras esperan. Otras personas también se han muerto, han sido asaltadas y se han enfermado.


Esta exhausta experiencia, ¿cómo se la aguanta dos veces a la semana? En base a esta vivencia, si multiplicamos doscientos minutos de fila por dos días a la semana, por cuatro semanas y doce meses; resulta que Rafael, aproximadamente, pasó trece días y medio en este año, 2019, haciendo fila en las estaciones de gasolina.



[1] Dicho popular venezolano que refiere al acto de pedir traslado gratuito a los vehículos que transitan las carreteras.

[2] “Un chivo expiatorio es la denominación que se le da a una persona o grupo de ellas a quienes se quiere hacer culpables de algo con independencia de su inocencia, sirviendo así de excusa a los fines del inculpador” (Wikipedia, 2019).

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