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Sobre el comercio, buscándose la vida


Ya en Cúcuta, una de las ciudades más calientes y sin mar de Colombia, la tarea de caminar llevó a coincidir en varias ocasiones con Yetsibeth F., desde el primer día de nuestra llegada. Mujer de la región oriental de Venezuela, criada en Valencia, quien apenas hace dos meses antes de nuestro encuentro se radicó en la ciudad. Durante los dos últimos años, visitó reiteradamente Cúcuta, por cinco temporadas de hasta dos mes en cada una.


Ella fue la última de su familia en migrar. Su madre, padre, padrastro, una hermana, un hermano y un tío se fueron de Venezuela. Algunas de ellas incluso ya han retornado después de perseguir el sueño suramericano,[1] pues no siempre migrar resulta ser lo que imaginaron, tal como ahora le sucede a Yetsibeth: “Estoy acá emigrando. Tengo 28 años y con ganas de regresarme otra vez. Sí, porque la cosa aquí no…, no es fácil. No es fácil como la pintan, pue’. Tiene que aruñar [sic] duro para poder tener algo”. Lo que la retiene en tierra extranjera es tratar de conseguir algo de recursos económicos. Pensar en regresar con las manos vacías, era una idea devastadora para ella, “… entonces, ¿para qué salí?”.


Seguramente, ahora mismo, Yetsibeth estará en casa. Ella esperaba la época navideña, para regresar a Venezuela a pasar con la familia hasta el fin de año, época en la que, además, valoraría qué tan buenas estuvieron las ventas, a fin de decidir si regresar a Cúcuta o permanecer en Valencia. Ella llegó a Colombia más que por necesidad, porque su pareja animó a probar suerte. De Venezuela, salió con su novia y la hija de ésta, Brignaí Yetsabeth, a quien considera su hija; colabora en su crianza; la mantiene; y hasta le dio su nombre y apellido.


Para migrar, Yetsabeth no llegó a caminar más que lo necesario. Generalmente, la migración pedestre venezolana por esta ruta inicia al cruzar caminando el Puente Internacional Simón Bolívar. Este suele ser el punto de partida del viaje hacia el sur desde el norte andino. Al igual que todas las conversadoras-cocreadoras de paisajes migrantes andinos,[2] ella fue a San Antonio de Táchira en bus, cruzó el puente a pie y agarró bus hasta Cúcuta. Sin embargo, caminar por motivo de la migración, en este caso, es practicado en otro sentido, pues trabajar de comerciante informal exige recorrer las calles de la ciudad diariamente y durante todo el día.


Yetsibeth prefiere trabajar por cuenta propia. En Venezuela, laboró en relación de dependencia, mientras, en Colombia, incursionó en el mundo laboral independiente, con lo que incluso evita problemas con contratistas oportunistas y maltratadoras. Ella trabaja de domingo a domingo, durante un aproximado de trece horas diarias. “Salgo a chasear,[3] vendo cigarros, chupetas, caramelos, agua, desde la mañana hasta las tres o cuatro de la tarde. Descanso y salgo a vender los globos hasta las doce o una de la mañana”.


Por medio de Yetsibeth, conocimos la existencia y la operación de las “excursiones”, varias de ellas apreciadas durante nuestra estancia en la ciudad. En Venezuela, se ofrecen viajes en bus desde diferentes ciudades de este país hacia San Antonio del Táchira. Desde allí, las “excursionistas”, que andan en grupo de amigas y familiares, se dirigen al centro de Cúcuta por cuenta propia, para adquirir mercadería para el uso y consumo personal y familiar, así como para negociar con ella una vez de regreso a sus residencias.


Estos son viajes comerciales abiertos a toda persona con cierta capacidad de adquisición. Y aun cuando en las revisiones de las alcabalas[4] corren el riesgo de que la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) -uno de los cinco brazos armados que conforman la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) de Venezuela- retenga los productos o exija colaboraciones[5] para dejarlas pasar, las excursionista se arriesgan.


Generalmente, las excursionistas suelen arribar muy por la mañana. Transcurre el día entre desplazarse a Cúcuta y comprar mercadería. Las compras, principalmente, consisten en productos que no son de primera necesidad. Al finalizar, las compradoras suelen dirigir al Parque Mercedes Abrego con costales y grandes maletas de viaje con ruedas, llenas de mercadería. Aquí, cientos de personas descansan, distribuyen y empacan con mayor cuidado lo adquirido; también esperan reencontrarse con todas las personas del grupo con el que llegaron. Una vez todas juntas, emprenden el regreso a la Terminal de San Antonio, en donde tomarán el bus de vuelta a sus hogares, que todo el día las aguarda.


Aproximadamente, 2 km. antes de llegar a La Parada, territorio cucuteño que antecede el puente internacional fronterizo, se encuentran cientos de hombres jóvenes dispuestos en la carretera, quienes corren junto a taxis o trepan en los buses públicos llenos de excursionistas y mercadería, a ofrecer el servicio de cargar las compras y empujar a personas adultas mayores en sillas de rueda.


Asimismo, cientos de comerciantes ofrecen comida cruda y preparada, bebidas, conservas, recargas telefónicas, cambio de moneda de pesos a bolívares soberanos y viceversa, servicios higiénicos, sillas de alquiler para descansar, entre otros. Además, de otras ofertas tales como cortar mechones de cabello a cambio de pesos, guianza por trocha[6] a personas indocumentadas y venta de lugares en las filas, para sellar en el pasaporte la salida de y la entrada a Colombia.


Una vez todas las excursionistas en el bus, emprenden el viaje de retorno que resulta indeterminado y a la expectativa, pues tendrán que superar las alcabalas tratando de conservar la mercadería adquirida. Por ejemplo, quienes van hacia Caracas tienen que superar cinco de ellas.


Estar en el centro de Cúcuta en un día ordinario y a cualquier hora, provocó recordar el trajín comercial del sector de El Ipiales,[7] en el 2003, antes de la regeneración urbana del centro histórico de Quito. Desde hace 40 años antes de aquello y en aquel entonces, generaciones de comerciantes allí trabajaron y trabajaban antes de ser reubicadas en los Centros Comerciales del Ahorro. Claro que esta escena fue imaginada multiplicando la cantidad de comerciantes y compradoras por diez.


En este contexto, desbordado de comercio y consumo, coincidimos con el Black Friday[8] de este año, 2019; por lo que decidimos no salir y refugiarnos en el lugar-hogar temporal en Cúcuta, y así evitar los mares de multitudes haciendo honor y tributo al comercio y al consumo, prácticas propias, especialmente, de este contexto socio-geográfico y de la época.



[1] Frase parangón al "sueño americano", que refiere a viajar a norteamérica, para conseguir mayores ingresos económicos por medio del trabajo. El sueño suramericano refiere a lo mismo en este territorio.

[2] Personas migrantes venezolanas pedestres con las que hemos mantenido conversaciones durante el recorrido en el trayecto de Quito a Caracas, gracias a lo cual podemos ofrecer las crónicas-diarios de viaje, como esta. Paisajes migrantes andinos es un proyecto de creación artística ecuatoriano en pleno despliegue.

[3] No pregunté qué significa aquello, pues asumí que es un término relacionado con el comercio informal.

[4] Las personas venezolanas llaman alcabala a la aduana.

[5] Dinero en efectivo no solo ofrecido como coima, sino y, principalmente, exigido por la misma guardianía de la GNB.

[6] Camino ilegal para cruzar fronteras, generalmente, si pavimentar.

[7] Sector así llamado en el centro histórico de Quito.

[8] “Se conoce como «viernes negro»​ al día que inaugura la temporada de compras navideñas con significativas rebajas en muchas tiendas minoristas y grandes almacenes. Es un día después del Día de Acción de Gracias en Estados Unidos, es decir, se celebra el día siguiente al cuarto jueves del mes de noviembre” (Wikipedia 2019).

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