Cuando iniciamos la caminada desde Quito hacia Caracas, intuimos que el teléfono celular inteligente, seguramente, sería uno de los objetos indispensables en el equipaje de quien hace vida caminando en la actualidaad. En efecto, así es para la mayoría de personas con las que hemos conversado.
En la Terminal Terrestre de Tulcán encontramos a Ericson M., un joven de 18 años, del estado venezolano de Aragua. Su rostro y edad me provocaron el recuerdo de mis sobrinas, especialmente de Alexia, quien tiene su misma edad.
Ellas también emigraron, pero a España, al reencuentro con su madre. Ocurrió casi once años después que ella se fuera de Ecuador, motivada por la misma razón que hoy impulsa la migración pedestre venezolana: conseguir mayores oportunidades económicas.
Como en la mayoría de casos, Ericson llegó a la frontera con Cúcuta, en Colombia, en bus. Aun cuando salió solo, en el trayecto, encontró a muchas personas caminantes. Con un par de ellas, siguió la travesía de una semana por Colombia; entre caminando, haciendo cola[1] y en transporte público financiado por sus amigos de ruta y por la colaboración de la gente colombiana hallada al paso. Cuando conversamos con Ericson era su tercer día varado en Tulcán.
En su mochila, cargaba una camisa, un pantalón, artículos personales y sus zapatos. “Yo salí de Venezuela con estos zapatos nuevos y ahora mírelos cómo están. Pero no los uso mucho, porque, imagínese, a Perú voy a llegar sin zapatos. Para caminar, me pongo las chanclas”. También lleva el celular: “Con eso me puedo comunicar con mi mamá en Venezuela. He pensado en venderlo. Me han dicho personas que lo venda. Pero no. Por más que no tenga plata no he querido venderlo, porque pedirle el teléfono a otra persona que lo preste para comunicarse, a veces no lo presta. Nada como tener lo de uno propio y por eso lo he tenido. Cada vez que me puedo conectar en Wi-fi, enseguida hablo con mi mamá por el Facebook, por el WhatsApp, y así”.
Después de ofrecerle pan, manzanas y duraznos, a él y sus amigos, pues no habían desayunado, de pronto, súbita y estrepitosamente, corrieron junto a cuatro hombres más que estaban cerca hacia un camión. En la cabina, albañiles ofrecieron trabajo exprés: cargar y descargar ladrillos en una construcción. Sin mucho pensar, ellos subieron en el camión y, antes de que echara a andar, pedimos a Ericson su número de celular. Desde entonces, mantenemos comunicación.
Actualmente, él está en Perú, país a donde deseaba arribar. Él permanece en Máncora, pues ahí consiguió trabajo. No preguntamos ni nos contó si buscará llegar a la localidad peruana de Trujillo, lugar de residencia de su amigo, como tenía previsto inicialmente.
Abel, uno de sus amigos de camino, y otros muchachos fueron interceptados por la migra[2] peruana y retenidos. Ericson se salvó por segundos, pues cruzó la acera en dirección a un restaurante para pedir agua. Al ver la escena, él no tuvo otra opción que esconderse, sobre todo cuando una persona peruana llamó la atención de la policía hacia donde Ericson dirigía sus pasos rápidamente.
A la mañana siguiente y sorpresivamente, Ericson se reencontró con sus amigos. Abel tuvo que entregar su teléfono celular a la migra, a cambio de que no lo deportaran. Aun sin su objeto preciado, imagino habrá preferido que así sea, antes que ver deshecho su sueño migratorio.
Una querida amiga nos prestó un teléfono inteligente en desuso para el caminar de Paisajes Migrantes Andinos. Confieso que con él intento alimentar las conversaciones -al menos, virtualmente- con las caminantes que vamos coincidiendo, para, tal vez, trascender el tiempoespacio del encuentro entre extrañas hacia el tiempoespacio de las relaciones… Quién sabe.
[1] Dicho popular venezolano que refiere al acto de pedir traslado gratuito a los vehículos que transitan las carreteras.
[2] Expresión coloquial que refiere a los agentes de migración.
Commentaires