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Desde quienes no se han ido

Actualizado: 10 ene 2020



Frente al cerro Waraira Repano, conocido como Ávila, caminamos en dirección al este de Caracas. En algo más de dos horas, llegamos a la estación "Dos caminos" del Metro y en este medio de transporte arribamos a la Zona 6, José Félix. En una de las esquinas de este sector popular y comercial, conversamos con tres moto-taxistas, y aunque uno de ellos, Eber Luis S. (36 años), es un migrante retornado de Colombia, resulta interesante retomar y contrastar las palabras de dos hombres quienes, al igual que Madaí L.,[1] no han emigrado de Venezuela.


El caraqueño Wilson Javier C. (30 años) conoce experiencias de familiares y amigas, conocidas y compañeras de trabajo, quienes han vivido el proceso migrante personalmente. En este sentido, la xenofobia es lo primero que refiere, al recordar relatos denigrantes. No obstante, también comenta que conoce casos de personas, que aunque pocas, han recibido mejor trato.


Wilson menciona la escasa capacidad adquisitiva de la emigrante en el país de destino, pues lo poco que gana está destinado al pago de los servicios básicos, el arriendo del lugar donde vive, para su propio sustento diario y, si alcanza, para enviar dinero a la familia. Cabe destacar que el consumo de agua y luz es considerado costoso, tal vez, porque en Venezuela su consumo es gratuito.


Esa es la realidad de su padre, quien está en Colombia con una hija y la esposa, desde hace un año, y que hasta ahora, no ha podido adquirir electrodomésticos. O como otro compañero de oficio, quien regresó a Caracas tan solo con dinero suficiente para comprarse una moto, después de un año y medio de permanecer de migrante en el Perú.


Wilson recomienda a quien emigra y sufre, que regrese a Venezuela: “Yo les digo véngasen [sic]. A pesar de la situación, a pesar de la crisis que hay aquí, aquí se consigue. Tú trabajas y tú comes aquí… Sobrevive”. Reconoce que es verdad que hubo una temporada en que la situación en el país fue crítico, momento cuando “emigraron bastantes personas, pero esas mismas personas se están devolviendo. [...] Aquí conocen, aquí saben como rebuscarse”.


Aun cuando este hombre está convencido de que jamás saldrá del país y dice preferir pasar hambre allí antes que en otro lugar, hay quienes sí piensan en migrar, al igual que millones de personas que, efectivamente, han salido de manera masiva desde el año 2015 hasta la presente fecha. Ese es el pensar de Javier Z. (55 años), un docente jubilado que dice necesitar asegurarse, mínimamente, un lugar de llegada, en caso de decidir migrar.

Javier tiene un criterio contrario al de Wilson, en tanto considera que su colega de trabajo está sumamente influenciado de aquello contado por otras personas; es decir, según él, Wilson ha formado criterios no desde la experiencia propia, sino desde el rumor: “A esta persona le contaron de que es malo”.


Sin embargo, Javier viajó a Colombia y confirma que hay mucha gente venezolana pasando trabajo, después que abandonara su comodidad para arriesgarse a la nada. Además, él cree que dos son las causas más importantes para que las oportunidades laborales sean pocas y conseguir empleo sea difícil para quienes se aventuran a ir a otro país a pie y haciendo cola.[2]


Por un lado, no contar con un oficio o una profesión y, por otro, no tener la documentación personal en regla. Ante estas carencias, Javier sentencia: lo más probable es que “no vas a tener opción de trabajo”. Siendo así, generalmente, la migración resulta una vivencia desafortunada, como claramente se corrobora en miles de personas venezolanas, sobre todo, quienes van pedestremente.


Javier apela a que la falta de preparación profesional y la permanencia ilegal en el extranjero propician el ambiente idóneo para que quien se encuentra bajo estas desventajas, acepte un rubro subvalorado por su trabajo: “no veamos tanto la necesidad, sino en qué condiciones entraste, ¿cómo estás allí?”.


La totalidad de las caminantes-migrantes venezolanas con quienes conversamos en el camino aseguran que abrirse paso en otras tierras que no son aquellas en las que se nació y creció, es más duro que hacerlo en el contexto al que se está habituada. Frente a esto imagino, como dice Javier, que la preparación profesional y/o el dominio de algún oficio, así como tener un estatus migratorio legal, en principio,, ayudaría a trabajar en mejores condiciones laborales.


No obstante, estar ilegalmente e intentar laborar en aquello para lo que no se está preparada parecerían ser razones suficientes para que algunas personas ejerzan la explotación laboral y denigren a otras por su estatus migratorio irregular.



[1] Revisar la décima novena crónica: La vida como producto https://paisajesmigrantesand.wixsite.com/misitio/post/la-vida-como-producto

[2] Dicho popular venezolano que refiere a pedir aventón a vehículos en la vía, para trasladarse gratuitamente de un lugar a otro.

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